lunes, 28 de enero de 2013

Carolina




Siempre supe lo que quería ser, desde niño soñé con servir a Dios. Al entrar al seminario para ordenarme como sacerdote, los días, la noches transcurrieron rápidamente cumplí mi sueño cuando tenía 25 años.

Si bien no todo fue tan bello como esperaba, mi fe nunca se vio opacada, ni con los incidentes ocurridos en la  diócesis , nunca dude de la grandeza de Dios ni en su infinita misericordia. Hasta el día de hoy.

Casi inmediatamente de recibirme como sacerdote fui enviado a cubrir el puesto en una modesta Iglesia en un pueblo pequeño en Chihuahua, aunque yo sabía que esto era un reto por la situación actual del Estado, esto no hizo más que animarme más.

Sabía perfectamente que la fe en estos días es escasa pero el problema es precisamente en lo que no sabía.

Llegue de noche al pueblo, me recibió el anciano sacristán quien dijo llamarse Rutilio, mismo que se sorprendió al ver que era muy joven. No pasaron más de 5 minutos cuando llamaron a la puerta de la iglesia. Una señora, ya mayor, cubierta en lágrimas me rogaba que fuera a darle confesión a su hijo que había sido herido en un fuego cruzado. Salimos corriendo sin siquiera haberme cambiado, llegue al modesto hogar donde yacía inerte el cuerpo del joven. Había muerto.

La casa era modesta, y la madre al ver a su hijo muerto cayó en una especie de trance, fue entonces que llego la familia que constaba solo de tres personas igual de humildes. Así transcurrió la mayoría de la noche hasta que dieron las 3 de la mañana la familia descansaba sentada en un mullido sillón, yo acostumbrado a la vigilia apenas y sentía el paso del tiempo asi que lo que a continuación narrare nada tiene que ver con cansancio o alguna alucinación.

La noche transcurría tranquila, cuando de repente por la única ventana del lugar vi claramente a una hermosa mujer, tenía los ojos más hermosamente tristes que he conocido en mi vida, su cabello era largo, negro y ondulado vestía un simple vestido negro, al verla a través de la ventana juré haber visto un ángel, quise correr tras de ella pero no pude mover ni un solo musculo estaba fascinado con su belleza, de repente simplemente desapareció.

Pasaron los días y no he podía hacer otra cosa más que pensar en ella, de noche tenía los sueños más intensos, anhelaba tocar su cuerpo, besar esos labios tan pálidos, sentir el frío de sus brazos, y de día trataba de cumplir con mis deberes pero nada llenaba ese vacío, sin pensarlo empecé a preguntar por ella, pero a todo el que preguntaba se persignaba y sentía la lastima en su mirada.  

Una tarde mientras preparaba el sermón del día siguiente una niña se acerco a mí y me dio una pequeña nota que decía “Espérame esta noche, con tu corazón y la ventana de tu celda abierta. Carolina” ni los eternos ayunos y vigilias en el monasterio habían causado en mi la ansia y desesperación que solo unas líneas habían despertado.
Llegó la noche, pasaron los minutos y las horas hasta que dieron las tres de la mañana y ella apareció en mi ventana.

-Buenas noches señor cura- dijo con un toque de sarcasmo que hirió mi corazón en lo más profundo- Espero pueda oír una confesión a estas horas de la noche, ¿me invita a pasar?-

-Claro, pasa toma asiento- Casi automáticamente me levante de mi cama y jale la silla que estaba a un lado. Ella entró, etérea, casi como una aparición.

-Me han dicho que anda buscándome- dijo, yo baje la mirada llena de vergüenza, mi corazón acelerado me impedía responder -veo que es tímido padre, verá por aquí nadie me busca, de hecho me huyen, será porque no me conocen o porque me conocen demasiado bien- levante la mirada y pude ver con detalle su cuerpo que yacía recostado en mi cama -se porque me buscaba y he venido a cumplir su deseo- sin darme cuenta la tenía encima de mi, sobre mis piernas descansaban sus muslos, sus brazos rodearon mi cuello, estaban helados.

-Te amo- dije sin pensarlo aun sorprendido por mis propias palabras, pude ver como se dibujaba una sonrisa en tu rostro.

- Se que no soy la primera mujer que amas, pero aun así me resultas irresistible- me besó y en ese momento supe que ya no tenía salvación, sus labios bajaron poco a poco hasta mi cuello me sentí en el cielo, perdí mi conciencia una luz brillante cubría toda la habitación

–Llévame contigo-  alcance a decir en un último suspiro

–¿Estás dispuesto a seguirme?¿a morir por mí?-  me pregunto

–Si a iré donde tú quieras, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios- sentí un dolor agudo y perdí el total conocimiento, en un delicioso y eterno beso mortal.

Ahora estoy aquí, y por las cosas que he visto y por las cosas que he hecho, puedo decirte dos cosas, la sangre es deliciosa y Dios no existe.