Siempre supe lo que quería ser, desde niño
soñé con servir a Dios. Al entrar al seminario para ordenarme como sacerdote,
los días, la noches transcurrieron rápidamente cumplí mi sueño cuando tenía 25
años.
Si bien no todo fue tan bello como
esperaba, mi fe nunca se vio opacada, ni con los incidentes ocurridos en la diócesis , nunca dude de la grandeza de Dios ni en su infinita
misericordia. Hasta el día de hoy.
Casi inmediatamente de recibirme como
sacerdote fui enviado a cubrir el puesto en una modesta Iglesia en un pueblo
pequeño en Chihuahua, aunque yo sabía que esto era un reto por la situación
actual del Estado, esto no hizo más que animarme más.
Sabía perfectamente que la fe en estos días
es escasa pero el problema es precisamente en lo que no sabía.
Llegue de noche al pueblo, me recibió el anciano
sacristán quien dijo llamarse Rutilio, mismo que se sorprendió al ver que era
muy joven. No pasaron más de 5 minutos cuando llamaron a la puerta de la
iglesia. Una señora, ya mayor, cubierta en lágrimas me rogaba que fuera a darle
confesión a su hijo que había sido herido en un fuego cruzado. Salimos
corriendo sin siquiera haberme cambiado, llegue al modesto hogar donde yacía
inerte el cuerpo del joven. Había muerto.
La casa era modesta, y la madre al ver a su hijo muerto cayó en
una especie de trance, fue entonces que llego la familia que constaba solo de
tres personas igual de humildes. Así transcurrió la mayoría de la noche hasta
que dieron las 3 de la mañana la familia descansaba sentada en un mullido
sillón, yo acostumbrado a la vigilia apenas y sentía el paso del tiempo asi que
lo que a continuación narrare nada tiene que ver con cansancio o alguna
alucinación.
La noche transcurría tranquila, cuando de repente por la única
ventana del lugar vi claramente a una hermosa mujer, tenía los ojos más hermosamente
tristes que he conocido en mi vida, su cabello era largo, negro y ondulado vestía
un simple vestido negro, al verla a través de la ventana juré haber visto un ángel,
quise correr tras de ella pero no pude mover ni un solo musculo estaba fascinado
con su belleza, de repente simplemente desapareció.
Pasaron los días y no he podía hacer otra cosa más que pensar en
ella, de noche tenía los sueños más intensos, anhelaba tocar su cuerpo, besar
esos labios tan pálidos, sentir el frío de sus brazos, y de día trataba de
cumplir con mis deberes pero nada llenaba ese vacío, sin pensarlo empecé a preguntar
por ella, pero a todo el que preguntaba se persignaba y sentía la lastima en su
mirada.
Una tarde mientras preparaba el sermón del día siguiente una
niña se acerco a mí y me dio una pequeña nota que decía “Espérame esta noche,
con tu corazón y la ventana de tu celda abierta. Carolina” ni los eternos
ayunos y vigilias en el monasterio habían causado en mi la ansia y
desesperación que solo unas líneas habían despertado.
Llegó la noche, pasaron los minutos y las horas hasta que dieron
las tres de la mañana y ella apareció en mi ventana.
-Buenas noches señor cura- dijo con un toque de sarcasmo que hirió
mi corazón en lo más profundo- Espero pueda oír una confesión a estas horas de
la noche, ¿me invita a pasar?-
-Claro, pasa toma asiento- Casi automáticamente me levante de mi
cama y jale la silla que estaba a un lado. Ella entró, etérea, casi como una
aparición.
-Me han dicho que anda buscándome- dijo, yo baje la mirada llena
de vergüenza, mi corazón acelerado me impedía responder -veo que es tímido
padre, verá por aquí nadie me busca, de hecho me huyen, será porque no me
conocen o porque me conocen demasiado bien- levante la mirada y pude ver con
detalle su cuerpo que yacía recostado en mi cama -se porque me buscaba y he
venido a cumplir su deseo- sin darme cuenta la tenía encima de mi, sobre mis
piernas descansaban sus muslos, sus brazos rodearon mi cuello, estaban helados.
-Te amo- dije sin pensarlo aun sorprendido por mis propias
palabras, pude ver como se dibujaba una sonrisa en tu rostro.
- Se que no soy la primera mujer que amas, pero aun así me
resultas irresistible- me besó y en ese momento supe que ya no tenía salvación,
sus labios bajaron poco a poco hasta mi cuello me sentí en el cielo, perdí mi
conciencia una luz brillante cubría toda la habitación
–Llévame contigo- alcance
a decir en un último suspiro
–¿Estás dispuesto a seguirme?¿a morir por mí?- me pregunto
–Si a iré donde tú quieras, tu pueblo será mi pueblo y tu Dios
será mi Dios- sentí un dolor agudo y perdí el total conocimiento, en un
delicioso y eterno beso mortal.
Ahora estoy aquí, y por las cosas que he visto y por las cosas
que he hecho, puedo decirte dos cosas, la sangre es deliciosa y Dios no existe.
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