El Espejo.
El rey de Manchuria tenía un espejo mágico, donde el
que miraba, veía, no su imagen, sino la del rey. Cierto cortesano que durante
mucho tiempo había gozado del favor real y en consecuencia se había enriquecido
más que cualquier otro súbdito, dijo al monarca: "Dame, te lo ruego, tu
maravilloso espejo, para que cuando me encuentre apartado de tu augusta
presencia pueda, a pesar de todo, rendir homenaje ante tu sombra visible,
postrándome día y noche ante la gloria de tu benigno semblante, cuyo divino
esplendor nada supera, ¡Oh Sol Meridiano del Universo!".Halagado por el
discurso, el rey ordenó que el espejo fuese llevado al palacio del cortesano.
Pero un día en que fue a visitarlo sin anuncio previo, encontró al espejo en un
cuarto lleno de basura, nublado por el polvo y cubierto de telarañas. Esto lo
encolerizó tanto, que golpeó el espejo con el puño, rompiendo el cristal y
lastimándose cruelmente. Más enfurecido aún con esta desgracia, ordenó que el
ingrato cortesano fuera arrojado a la cárcel, y que el espejo fuese reparado y
conducido a su propio palacio. Y así se hizo. Pero cuando el rey volvió a
mirarse en el espejo, no vio su imagen, como antes, sino la figura de un asno
coronado, con una venda sangrienta en una de las patas: que era lo mismo que
siempre habían visto los autores del artificio, y los meros espectadores, sin
atreverse a comentarlo. Tras recibir esa lección de sabiduría y caridad, el rey
puso en libertad al cortesano, hizo instalar el espejo en el respaldo del trono
y reinó largos años con justicia y humildad. Y al morir mientras dormía sentado
en el trono, toda la corte vio en el espejo la luminosa figura de un ángel, que
sigue allí hasta hoy.

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